domingo, diciembre 03, 2006

¿Poema o desperdicio?

Cronopiando

Koldo

Sí, ya sé que un poema no disfruta del rango de honorable por más legítimos que hayan sido sus versos.
Y no hay constancia de que una metáfora, incluso impecable, pueda evacuar sentencias o intercambiar lisonjas por aplausos en reciprocidad al común interés y beneficio.
Es fama que un poema no vibra con la misma intensidad y frecuencia que el móvil más barato, ni dispone de estridentes alarmas contra robo o estruendosas sirenas para incendio.
Y tampoco desgrava hacienda, equilibra la balanza de pagos, hace subir el índice en la Bolsa o regala cupones los domingos.
No es moviendo el "mouse" que uno va a encontrarse un pareado y no conozco "e/mail" que cargue un estrambote, amén de que hoy en día, hasta la mostaza es más reivindicada que el soneto.
Un poema no tiene marco teórico, es más, ni siquiera le preocupa, como tampoco da importancia al hecho de carecer de cédula y ser, a todos los efectos, un indocumentado.
Un poema no aparece en los medios, a no ser que la fecha lo requiera, ni puede su anacrónica figura disputarle portada y titulares al indecente más discreto.
Y nunca va a contar con las firmas precisas y avales necesarios para aspirar a un crédito bancario.
Además, ¿dónde se ha visto que alguien pueda estacionar un poema, ir pasando sus páginas con un mando a distancia o reemplazar la clave en el cajero a fuerza de cuartetas?
¿Quién, que por piedad no mienta, ha encontrado siquiera alguna vez un poema perdido en los tramos de un supermercado? ¿Cuándo un poema se ha beneficiado de un descuento, de una oferta especial por vacaciones?
Un poema no se pinta los labios, no se esconde las canas, no se inventa los senos o las nalgas.
Un poema es ese penoso impresentable de todas las fiestas, el último que llega y que sólo trae palabras, y ni entre los desechos que muestran las esquinas, vertederos de todos los olvidos, aparece un poema miserable que delate a un lector desconocido.
Y sin embargo, ni el más divino goce, ni el más sublime sueño, ni el más porfiado afán, tienen la humana transparencia del poema, ese entrañable sesgo de la vida que nos transforma en dioses cuanto más humanos son los versos, para que sólo un poema, cuando ya nada quede, se erija en testimonio de que fuimos.

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