¡Miren lo que dejan las réplicas, de la lluvia!
Anoche no tuve un sueño reparador, engullía infinidad de pensamientos, me hormigueaba la ansiedad, me perseguían malignos
y culpables placeres. Fue una noche de auténtica tragedia shakesperiana. Le robé a la sambra el optimismo
y con dificultad retiré del paso los escombros del desamor y salté. Ya no quedaba
nada interesante.
Apareció la lluvia…emprendí
el vuelo con mi imperdonable alegría como combustible, preguntándome: ¿Qué va a
ocurrir después de esta tormenta?
Ya en la mañana, me
levanté agitada dispuesta a organizar la sabana mojada de sudor, con muchos pliegues, dejados por los innumerables movimientos. Con mayor nitidez en los pensamientos me dirigí al jardín, me detuve frente el limón y al mango; una alegría
irresistible, fascinante inundó la incómoda grieta que dejó la
noche: Habían florecidos dos árboles.
Ya sé que después de la florescencia llega el fruto. Así, como detrás de una
noche indolente llega el día inesperado, con sus breves alegrías.
Elsy
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