martes, noviembre 14, 2006

Recuerdos de verano de 1973

(Fragmento autobiográfico)

Ya nublaba el crepúsculo los palos de las porterías, y nosotros seguíamos corriendo a caza de un balón y varios sueños más.

Era una embriaguez tan especial la de esas tardes
jugando fútbol en aquella cancha ubicada entre árboles frutales.

Tal vez una luz invisible nos guiaba los pasos, y a un oído llegaba el estridor del tren, resbalando sobre los rieles, y al otro oído sonaba el llamado de mi mamá que la cena ya estaba lista....."!Raffaelloooooo!!!!!"

Tenía por aquel entonces la misma inagotable energía que reconozco hoy en mi hijo, y como todas las cosas acariciadas por las manos suaves del tiempo, eran días de inigualable felicidad.

A veces, eran tardes enteras con mis amigos en bicicleta por las dunas y las sendas de la "Vecchia Fornace"...,pero en verano nos gustaba sobremanera saquear los árboles frutales: ciruelas, higos, melocotones, peras, albaricoques...Ha de haber sido, por ese tiempo, que mi mamá no sabiendo ya que hacer con tanta fruta, se especializó en hacer mermeladas.

Una tarde estaba trepado sobre una mata de higos, saqueándole sus jugosos frutos, cuando pasó por ahí el cura en moto: "Te espero después en la sacristía!" Me gritó. Pero nunca Don Beppe me confesaba en la sacristía: la confesión era un paseo entre trigales y huertas cultivadas con lechuga. Sin esos límites impuestos por la liturgia, charlábamos como buenos amigos, y sólo al final me caía encima la fórmula que como por encanto me limpiaba de de todos mis modestos pecados:"Et ego te absolvo en nomine patri, et fili, et spiritu santu". Este sacramento impartido en medio de la naturaleza le daba como un acento panteísta a mi visión de la vida.

Ya limpio de pecados, estaba más ligero en la noche para ir a jugar con mis amigos, a correr entre los trigales.

No era tan bueno en ese juego de escondernos y hecharnos carreras entre ese mar de espigas doradas, es que me distraía a veces por esa espectacular oda luminosa de luciérnagas que relampagueaba sueños y horizontes lejanos...

Los juegos se hacían todavía más intensos, cuando al llegar septiembre el cielo se oscurecía temprano. Las luciérnagas se iban poco a poco apagando, ya ni una espiga quedaba en los trigales, y sólo los higos esperaban mis incursiones.

Al final de aquel lejano septiembre de 1973 ya iba a ingresar a la secundaria: empezaba otra etapa de mi vida.

Firenze, Luglio 2002

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